¿El primer barco íbero?


Una nave en Cap de Creus construida con técnicas inéditas sorprende a los arqueólogos.
Una investigación sobre la primera industria exportadora catalana: el vino para las tropas romanas. El encaje de la quilla, una moneda íbera y la técnica constructiva levantan sospechas


Estar hundido no siempre es un problema. Al barco que naufragó frente al Cap de Vol, en El Port de la Selva, entre los años 10 antes de Cristo y 10 después de Cristo aproximadamente le ha ido la mar de bien tocar fondo. Porque pese a haber sido expoliado en 1967 por una banda de submarinistas belgas, que se llevaron cuantas ánforas encontraron, su conservación en el fondo mientras tecnología y conocimiento arqueológicos avanzaban permite anunciar que la nave era posiblemente no romana sino... íbera: no hay otra nave identificada de este pueblo que ocupaba la península antes de la llegada de los romanos. Como pueblo costero, los íberos con toda seguridad eran marineros, pero no existe hasta hoy constancia arqueológica de ello.
El expolio de 1967 no impide que en el pecio se conservaran restos de ánforas romanas. Los belgas sólo se llevaron las que estaban enteras, pero quedaron los pedazos. Son del tipo que los arqueólogos llaman Pascual 1 y por las inscripciones que llevan se sabe que se fabricaban en el taller que estuvo en lo que hoy es la estación de metro de Badalona Centro, la romana Baetulo. Por eso se sabe que el barco naufragó en esa veintena de años alrededor del cambio de milenio. Por eso se ha creído siempre que el barco era romano. Y no está probado que no fuera así, aunque numerosos indicios sugieren que el barco no era de esta factura, si no, al menos, heredero de la tradición íbera. "El problema de los íberos es que sólo se los ha excavado en tierra, no en el mar. Y eran un pueblo de costa: ¿cómo es posible que no sepamos nada de su vertiente marinera?", apunta Gustau Vivar, codirector de la operación y responsable del Centre d'Arqueologia Subaquàtica de Catalunya (CASC), dependiente de la conselleria de Cultura. "En el mar, los cambios tecnológicos son muy lentos, porque un mal experimento te mata. Por eso no sería extraño que los barcos íberos fueran como este, aptos para esta costa, aunque los llevaran los romanos".
Hace un par de años, el CASC, situado en Girona, decidió volver a investigar aquel barco, en un proyecto -cuyos otros codirectores son Rut Geli y Carlos de Juan, y que ha contado con el apoyo del ayuntamiento del Port de la Selva- que profundizara en el conocimiento de la que se considera la primera industria "catalana" exportadora: la del vino romano.
El barco de Cap de Vol transportaba vino barato para las tropas romanas de las Galias y Germania. En un momento en que las esperanzas de supervivencia de las empresas pasan en parte por la internacionalización, visitar aquel momento de la historia económica local tenía su interés.Por las ánforas se conocía la datación aproximada del viaje y lo que transportaba. Las naves que partían de Baetulo o de la Tarraconense tenían por destino Narbona, desde donde se distribuía el vino a las tropas. En la investigación que se ha desarrollado este verano han aparecido, en el fondo del mar, algún cuello de ánfora con el tapón de corcho... horadado. El vino era de baja calidad y proseguía su fermentación en el ánfora, de manera que se dejaba un orificio para la evacuación de gases. No por malo fracasó. Este vino acabó llegando a Roma. "Es el primer momento de exportación desde aquí, pero no de un producto sobrante, sino de un producto que se hace para exportar", añade Vivar.
El barco fue someramente investigado en 1979 y 1980. En la actual campaña fue localizado de nuevo, enterrado bajo 60 centímetros de arena, y la sorpresa ha llegado cuando se ha empezado a analizar sus detalles. Varios de ellos no son de factura romana, sino de origen incierto. De entrada, la quilla es casi plana. La costa catalana de la época era muy similar a la de la actual Camarga francesa, con marismas (de ahí Maresme), lagunas, ríos transitables. De este modo no hacía falta construir puertos, porque los propios ríos permitían amarrar y cargar. Con el ahorro inversor que eso implicaba. Pero para eso se exigían calados leves, y las naves romanas los tenían altos, porque la costa itálica, más profunda y con corrientes más fuertes, así lo exigía.
Hay más detalles no-romanos en la nave: algunas cuadernas están interrumpidas; el sistema de punzones con que se aguantan las maderas es propio; una reparación en el casco, en forma de hexágono, presenta una técnica extraña; hay algunos rebajes en las traveseras de madera, posiblemente para atarlas, y eso es nuevo; el sistema de construcción era de casco previo, es decir, primero se armaba el forro y luego se le insertaba la estructura... Y el detalle más llamativo: bajo el mástil colocaron una moneda - que sobrevivió a los belgas y más de dos mil años de aguas - apotropaica (aquel objeto que se usa simbólicamente para algo ajeno a su función real) que es, con toda certeza, íbera. "Trabajamos con la hipótesis de que el barco es de tradición ibera porque tiene algunos elementos definitorios tan claros que quizás estamos hablando de que representa la tradición ibera. Pero no podemos asegurar nada con rotundidad", admite Vivar. Tres especialistas en cultura ibera, Yaacov Kahanov, de la universidad de Haifa, Patrice Pomey, de la de Marsella, y Eric Rieth, de París I estáne empezando a sostener que los iberos tuvieron una sólida formación y tradición marinera.

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As Idades do Mar - 400 anos a pintar o mar


Fundação Gulbenkian | Lisboa

26 Out 2012 a 27 Jan 2013

400 anos de pintura numa exposição que reúne na Fundação Gulbenkian, em Lisboa, obras de importantes museus europeus, como o Prado e o D'Orsay. Monet, Turner e Ingres, ao lado de Vieira da Silva, Amadeo e Malhoa.


"É uma exposição de uma rara dimensão, que sucede com brio às duas mostras dedicadas à natureza-morta, a confirmar que a Fundação Gulbenkian voltou a assumir um lugar central entre as estruturas culturais do país, depois de anos de concorrência movida por Serralves, o CCB, a Culturgest (esta em anos já longínquos) - e mesmo de apagamento. Depois de se rever um género (a natureza-morta), revisita-se um tema, o mar, ou os múltiplos temas que se associam ao mar. São as imagens do mar, a que se chamam "as idades do mar", mas sabendo que estas, as idades, não se substituem ou sucedem, e que as imagens se somam, se acrescentam. Mesmo as imagens (a idade) dos mitos, 1º capítulo da mostra, não deixaram de poder ser contemporâneas.

Trata-se mesmo de uma exposição mais ambiciosa do que as dedicadas à natureza-morta, porque não se pratica uma abordagem escolar da história de um género (e a respectiva 2ª parte era escolarmente muito discutível, ou convencional). A perspectiva é exploratória, guiada apenas pelo gosto pessoal de explorar um tema amplo e plural, que tem alguns pontos obrigatórios de passagem, mas é geral se presta a muito diversos interesses e valorizações, sem roteiro prefixado. Por outro lado, dispensou-se aqui o comissariado de qualquer académico internacional, mais ou menos especializado, para o plano e as operações árduas da selecção e cedência das obras serem da responsabilidade do director do Museu Gulbenkian, João Castel-Branco. Com isso são também a Fundação e o Museu que se projectam a uma altura inédita.

Surpreende a quantidade das obras reunidas (108), que alguns dirão excessiva, dados os hábitos instalados do desinteresse e da preguiça. Há felizmente muitas obras, vindas de muitas instituições e colecções, com destaque para o Museu d'Orsay, o Prado, o Louvre, vários museus alemães e outros franceses ou belgas menos conhecidos. E a montagem, agora mais económica, o que está bem, resolve com acerto a quantidade das peças, construindo um perrcurso em capítulos, ao mesmo tempo que explora muito bem a qualidade maior de certas obras para com elas estabelecer sentidos de leitura, destacar casos de excelência, traçar pistas relacionais.

Não é a evolução (ou progresso?) da arte que aqui se traça, no habitual caminho redutoramente escolar da sucessão-substituição dos estilos, até - segundo se apreguou - à diluição oi impossibilidade da figura e à descoberta (?) da abstracção. Não é o caminho do tempo que se pretendeu unívoco e linear que aqui se afirma, cumprindo as vulgatas do academismo novecentista. Importa aqui, ao contrário das abordagens formalistas, o mar e o céu, as costas marítimas, que são rochedos (propícios aos naufrágios) ou praias (com veraneantes), os barcos - de guerra, de comércio, de transporte, de pesca, de recreio -, as actividades que do mar se sustentam (a pesca, a apanha de conchas, etc.), a tempestade e a calmaria. Importa aqui percorrer as imagens, os temas, os tópicos, os motivos de cada obra, e as partes, os pormenores de cada obra. E não se trata de um roteiro de celebridades, que são muitas - há também, excelentes ou curiosas, as obras dos artistas de segunda linha, dos artistas de países menos centrais e de itinerários menos mediatizados.Os artistas desconhecidos e as obras desconhecidas de grandes nomes.

Por exemplo, os espanhóis, com os quais (presentes e ausentes) se faria uma outra grande exposição dedicada ao mar. Sorolla e Pinazo, seu antecessor."

Por Alexandre Pomar


Square Rock, Ogunquit, 1914. Edward HOPPER (1882-1967)
Óleo sobre tela 61,6 x 74,3 cm Whitney Museum of American Art, New York Josephine N. Hopper Bequest
(Robert E. Mates © Heirs of Josephine N. Hopper, licensed by the Whitney Museum of American Art)
A Onda, 1889. Gustave COURBET (1819-1877)
Óleo sobre tela 71,5 x 116,8 cm Musée d'Art moderne André Malraux, Le Havre
(Musée d'Art moderne André Malraux, MuMa, Le Havre © Charles Maslard)
A Evasão de Rochefort, 1881. Édouard MANET (1832-1883)
Óleo sobre tela, 80 x 73 cm. Paris, Musée d’Orsay
(Paris, musée d’Orsay © 2012. White Images/Scala, Florence)
Batalha de Lepanto, 7 de Outubro de 1571, c. 1573. Anónimo (Monogramista «H»)
Óleo sobre tela 127 x 232,4 cm. National Maritime Museum, Greenwich, Londres © 2012. National Maritime Museum, London/Photo Scala, Florence
Naufrágio Numa Costa Rochosa, 1757. Carlo BONAVIA (activo em Nápoles, 1751-1788)
Óleo sobre tela 125 x 205 cm. Colección Santander